Cass tiene hambre. Su familia no ha parado de mudarse: Madrid, Texas, California y pronto Alaska. Lejos de todo lo que conocía. Lejos de Nora. Ella también tiene hambre, y quizá por eso ha dejado de comer. Ha vuelto a empeorar, y Cass necesita una forma de volver a Texas para hacerle una visita antes de marcharse a Alaska. Sin el permiso de sus padres, claro. Henry tiene hambre. Su familia fue destrozada por la guerra, pero de eso hace ya más de medio siglo. Al filo del nuevo milenio, a punto de cumplir los dieciocho por enésima vez, debe hacer un viaje a Texas para asistir a la centésimo sexta reunión familiar de Quincey P. Morris, el vampiro que lo convirtió. Y así, cómo son las cosas, un coche con destino Texas acabará cruzando el sur de Estados Unidos con un vampiro y una animadora que apenas se conocen, una reserva de barritas energéticas de sangre y una pistola cargada con una bala de plata. Esta es la promesa que nos hace Esos monstruos a los que amamos: un roadtrip empapado de cultura pop por la América de finales de los noventa con el hambre como leitmotiv. Andrea Tomé demuestra ser muy consciente en todo momento del imaginario y de los símbolos que maneja, y los utiliza para tejer una trama donde lo cotidiano se impregna de lo sobrenatural sin que lo fantástico llegue a hacerse con el protagonismo. El de Cass y Henry no es, ni mucho menos, un camino en línea recta: la autopista está llena de baches, paradas inesperadas y saltos temporales que nos trasladan a la década de los cuarenta, antes de la transformación de Henry en vampiro. La novela se resiste a permanecer en un solo género, y es a un mismo tiempo novela de viajes y de terror, drama bélico y romántico, narración histórica y thriller. Todo esto es posible gracias a un preciso ejercicio de construcción de mundo y presentación de personajes lleno de sutilezas que hace fácil enamorarse (no sin cierta melancolía) de sus dos primeros actos; no así de un tercero al que ya solo le queda resolver promesas, aunque lo consiga con solvencia. El resultado es un magnífico y delicado equilibrio entre la construcción narrativa y la documentación histórica rica en símbolos y elementos de género. Con sus altos y sus bajos, Esos monstruos a los que amamos es una historia muy sólida que constata que el de Andrea Tomé es uno de los estilos más ricos y trabajados del panorama juvenil nacional.

ESOS MONSTRUOS A LOS QUE AMAMOS - ANDREA TOMÉ - V&R

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Cass tiene hambre. Su familia no ha parado de mudarse: Madrid, Texas, California y pronto Alaska. Lejos de todo lo que conocía. Lejos de Nora. Ella también tiene hambre, y quizá por eso ha dejado de comer. Ha vuelto a empeorar, y Cass necesita una forma de volver a Texas para hacerle una visita antes de marcharse a Alaska. Sin el permiso de sus padres, claro. Henry tiene hambre. Su familia fue destrozada por la guerra, pero de eso hace ya más de medio siglo. Al filo del nuevo milenio, a punto de cumplir los dieciocho por enésima vez, debe hacer un viaje a Texas para asistir a la centésimo sexta reunión familiar de Quincey P. Morris, el vampiro que lo convirtió. Y así, cómo son las cosas, un coche con destino Texas acabará cruzando el sur de Estados Unidos con un vampiro y una animadora que apenas se conocen, una reserva de barritas energéticas de sangre y una pistola cargada con una bala de plata. Esta es la promesa que nos hace Esos monstruos a los que amamos: un roadtrip empapado de cultura pop por la América de finales de los noventa con el hambre como leitmotiv. Andrea Tomé demuestra ser muy consciente en todo momento del imaginario y de los símbolos que maneja, y los utiliza para tejer una trama donde lo cotidiano se impregna de lo sobrenatural sin que lo fantástico llegue a hacerse con el protagonismo. El de Cass y Henry no es, ni mucho menos, un camino en línea recta: la autopista está llena de baches, paradas inesperadas y saltos temporales que nos trasladan a la década de los cuarenta, antes de la transformación de Henry en vampiro. La novela se resiste a permanecer en un solo género, y es a un mismo tiempo novela de viajes y de terror, drama bélico y romántico, narración histórica y thriller. Todo esto es posible gracias a un preciso ejercicio de construcción de mundo y presentación de personajes lleno de sutilezas que hace fácil enamorarse (no sin cierta melancolía) de sus dos primeros actos; no así de un tercero al que ya solo le queda resolver promesas, aunque lo consiga con solvencia. El resultado es un magnífico y delicado equilibrio entre la construcción narrativa y la documentación histórica rica en símbolos y elementos de género. Con sus altos y sus bajos, Esos monstruos a los que amamos es una historia muy sólida que constata que el de Andrea Tomé es uno de los estilos más ricos y trabajados del panorama juvenil nacional.